DOS EJEMPLOS RESUELTOS DE TESIS Y ARGUMENTOS LOCALIZADOS EN COLUMNAS
Texto 1
"Todos nuestros dioses"
El País Semanal ROSA MONTERO 10 ABR 2016
NUNCA fui muy religiosa, ni siquiera en la niñez, y me considero agnóstica desde hace muchísimos años. Y no digo atea, aunque me sienta muy cerca, porque tampoco tenemos pruebas irrefutables de la inexistencia de los dioses (de algún tipo de principio que alguien pueda llamar dios) y la vida es indudablemente un gran misterio. Eso sí, soy bastante anticlerical, aunque sé bien que hay muchos frailes y monjas, lamas e imames, sacerdotes y sacerdotisas que se dejan la piel y a veces la vida por los demás con generosidad admirable. Pero mi anticlericalismo, que es recio y en ocasiones rabioso, tiene que ver con el poder de las instituciones religiosas, con el abuso de ese poder y con las aberraciones a las que pueden llegar los clérigos de los diversos aparatos eclesiales, desde las hogueras de la Inquisición hasta las carnicerías del Isis.
Sin embargo, la historia de las religiones siempre me ha fascinado. Encuentro profundamente conmovedor que los humanos, en nuestro dolor, nuestra indefensión y nuestra infinita pequeñez, nos hayamos inventado todos esos cuentos fundacionales que son las religiones, esas figuras sobrenaturales a las que pedir ayuda y consuelo. Como niños abandonados en la oscuridad, hemos tenido que imaginar que en algún lugar había unos padres capaces de guiarnos, unos padres que conocían todas las respuestas del inmenso, demoledor enigma de la vida. Y esos cuentos que nos hemos ido contando dicen mucho de quiénes somos, de lo que tememos y de lo que queremos.
Por eso me apena la ignorancia absoluta de los mitos religiosos de nuestra cultura por parte de los jóvenes. El otro día vi Exodus, la interesante película de Ridley Scott sobre la vida de Moisés, con una amiga de 20 años muy inteligente y muy culta. Pues bien, a pesar de que es una chica extraordinaria para su edad, no tenía ni idea de la historia, apenas le sonaba vagamente que había un mar que se abría y ni siquiera sabía que Moisés era el de los Diez Mandamientos. Y así, en tan sólo un par de generaciones perderemos un cúmulo de referencias legendarias, arquetípicas y simbólicas que nuestros antepasados se han ido transmitiendo los unos a los otros durante milenios. Por no hablar de que infinidad de cuadros, poemas, obras dramáticas y narrativas de nuestra tradición resultarán incomprensibles. No sé, me parece que hay parte de la izquierda que se hace cierto lío con estos temas. Yo creo que el laicismo es un logro monumental de la civilización, del progreso y del pensamiento humano; pero el laicismo consiste en la independencia absoluta del Estado de toda influencia religiosa, no en olvidar nuestros mitos o en rechazar tradiciones sincréticas tan bellas como las procesiones de Semana Santa, por ejemplo.
Hay un chiste maravilloso que expresa a la perfección la emoción agridulce que despierta en mí la cuestión religiosa: un par de ratitas van por la calle y de pronto una de ellas mira hacia el cielo y ve pasar un murciélago. Arrobada, pone los ojos como platos y exclama: “Oh, Dios mío, ¡un ángel!”. En esa pobre rata nos veo a nosotros, con la tierna, inocente necesidad de inventarnos bellos milagros, pero también con la embrutecedora ignorancia de no saber que esa criatura celestial no es más que un mamífero placentario quiróptero. Pero, aun así, el suspiro extasiado de la ratita encierra algo hermoso. Las religiones organizadas han sido demasiadas veces en la historia el origen de las atrocidades más espantosas (y lo siguen siendo, como en el yihadismo); pero en el impulso religioso básico del ser humano hay también un anhelo de bondad, de fraternidad y de belleza. El otro día me encontré en el parque del Retiro a una mujer de unos setenta años que vendía gorros, pulseras y diademas de punto que ella misma tricotaba. Era extranjera, no sé de dónde, y obviamente muy pobre, tanto por su ropa, limpia pero raída, como por los malos y feos hilos con los que tejía. Su rostro era hermoso. Debía de haber sido muy bella y tenía una sonrisa que iluminaba el lugar. Le compré una pulserita por cuatro euros y le di las gracias por su arte. Y entonces sonrió y me dijo: “Que tus dioses te protejan”. Sí: en estos momentos de locura y de odio, ojalá nos protegieran a todos nuestros buenos dioses, nuestros ideales, nuestra voluntad de ser mejores. “Que tus dioses te protejan”, me deseó la preciosa anciana. Y ¿saben qué? Me sentí verdaderamente bendecida.
TESIS: explícita, situada en el último párrafo (aparece destacada), lo que da al texto una estructura inductiva
ARGUMENTOS: experiencia personal, causa-efecto, definiciones, ejemplificación, analogía (se combinan argumentos fuertes con otros basados en valores)
Texto 2
"Estafa social"
El País JORGE M. REVERTE 18 ABR 2016
Los catedráticos y, en general, los profesores numerarios de nuestro país no dan abasto. En los meses inmediatos, empezando desde ya, se van a leer públicamente millares de tesis doctorales, cada una de las cuales tiene una historia que puede ser hasta dramática. Porque hablamos de un mundo en extinción, que con la lectura de esos millares de tochos, escucha los acordes de su final.
A todo el mundo le pasa lo mismo, que si oye la palabra “tesis”, inmediatamente piensa en un ladrillo de más de 600 páginas que se lee una vez y se deja en una esquina a llenarse de polvo. Antes, no hace demasiado, escribir algo como El comercio de la lana en el siglo XVI y el desarrollo del sur de Palencia, por ejemplo, llevaba varios años de la vida de alguien muy listo, que con eso ya daba un paso de gigante para conseguir una plaza fija en la Universidad. Ese tocho no solía tener una gran posibilidad comercial pese a su sugerente título. Pero ahora, además de que no hay quien lo edite, tampoco sirve para que el autor o la autora encuentre un trabajo remunerado y mínimamente respetado. Nadie quiere leer una tesis doctoral.
Y, se supone, en cada una de ellas reside lo mejor del conocimiento acumulado y del método de cada cátedra. La Universidad ya no repone las vacantes, al menos las de las llamadas humanidades. Y hacer una tesis, que lleva hasta cuatro y cinco años de trabajo, ya no sirve ni para publicar un libro ni para justificar sabiduría y método que den lugar a un empleo de reposición del conocimiento, que es para lo que está, entre otras cosas, la Universidad.
Pero como toda institución, la Universidad tiene sus inercias, quizá más que ninguna otra. Y, ahora que se leen miles de tesis empezadas hace cinco o seis años, los miles de inteligentes y formados doctorandos que las han escrito van a recibir muchas palmadas en la espalda y sobre todo muchos mensajes de “¿para qué has hecho esto?”.
Mensajes que no son sino la manifestación de una gigantesca estafa social: esos todavía jóvenes autores de tesis son ya estupendos candidatos para trabajar de camareros.
Y España tiene un nivel cultural en la hostelería difícil de superar.
TESIS: implícita, se puede interpretar del final del texto, en afirmaciones como "la Universidad tiene sus inercias" o "esos jóvenes autores de tesis son ya estupendos candidatos para trabajar de camareros". Por tanto, podríamos considerar que se trata de una estructura inductiva, ya que la parte más general se encuentra al final del texto, aunque no hay una oración que se identifique claramente con la tesis. La tesis puede explicitarse así: el aumento en la lectura de tesis doctorales para evitar el inminente cambio de normativa universitaria constituye un engaño.
ARGUMENTOS: hechos y datos, causa-efecto, ejemplificación (son argumentos fuertes y racionales)
Ahora busca la tesis y los argumentos de estas dos columnas:
Texto 3
"Verdaderos amigos de Facebook"
El País XAVI SANCHO 17 ABR 2016
La semana pasada fallecía en una aldea gallega un hombre que vivía entre basura y a cuyo sepelio solo acudieron dos mujeres. La policía descubrió su cuerpo sin vida tras recibir una llamada de una señora desde Canarias. Ella era uno de los más de 3.500 amigos que el finado tenía en Facebook y, preocupada por la falta de actividad digital del hombre, decidió llamar para alertar a la autoridad.
Situada entre finales de ochenta y principios de los noventa, Menudo reparto es una brillante novela de Jonathan Coe cuyo protagonista es un escritor semifrustrado que abandona el encargo de escribir la historia de una pudiente familia para encerrarse en casa y ver películas antiguas. Hasta que un día aparece una maravillosa vecina que le devuelve las ganas de pestañear. Al cabo de unas páginas, ella muere. Leí ese libro durante uno de los periodos más abyectos de mi vida. Simplemente, trabajaba, leía y bebía solo por los bares. Me fabriqué rutinas que creía satisfactorias, como cenar los viernes salchichas de Frankfurt. El sábado por la tarde era el peor momento de la semana. Los lunes eran un alivio. Me vi en ese escritor, tanto por su falta de talento como por su buscada soledad. Él no se abrió un Facebook (aún no existía), pero yo me hice un Twitter. Y a través de él, interactué con otros humanos. Hipocondriaco como soy, una noche, solo en casa, pensé que moría. En vez de llamar a mi madre, o a urgencias, mandé un privado por Twitter a una chica que vivía en Gijón —qué tristeza poder despedirse del mundo en menos de 140 caracteres—. Desperté intacto y le volví a escribir disculpándome. “Para eso estamos los amigos”, respondió.
Texto 4
"Paraísos"
El País JULIO LLAMAZARES 25 ABR 2016
El título de la fotografía ganadora del Premio de Periodismo Ortega y Gasset en la que una mujer siria pide, caída en el mar, desesperadamente ayuda para su bebé es demoledor: Llegando al paraíso.Y es que paraísos hay muchos. Los hay fiscales e imaginarios para los que hemos tenido la suerte de haber nacido en el primer mundo y los hay que consisten simplemente en alcanzar las costas de Europa, para los que viven en el segundo y en el tercero.
El mito del paraíso, que viene de los albores de la humanidad, nos acompaña a lo largo de la historia reconvertido en múltiples fantasías y representaciones individuales y colectivas. Solo en España tenemos media docena, desde la Babia arcádica y ensimismada que se corresponde con una comarca real en el antiguo Reino de León a la Jauja cordobesa de los cuentos en la que se come y se bebe y no se trabaja, según el refrán, y que no es otra que lo que en Francia llaman Pays de Cocagne, en Italia el país de Cucagna, en Gran Bretaña el de Lubberland y en los Países Bajos el de Luilekkerland, ese lugar fabuloso al que, según los que han alcanzado a verlo, se accede excavando una montaña de papilla y por el que los cerdos se pasean con cuchillo y tenedor para que el que se los encuentre pueda trincharlos mientras que de los árboles cuelgan salchichones y todo tipo de dulces.
El mito del paraíso que Adán y Eva disfrutaron antes de ser expulsados de él pervive en nuestro subconsciente junto con el deseo de recuperarlo un día. Pero, mientras que para algunos su identificación coincide con esos lugares a los que la Hacienda de su país no puede llegar porque están fuera de su alcance, lo que les garantiza que no tendrán que pagar impuestos por sus fortunas, para otros se reduce simplemente a alcanzar las costas de un continente que les garantiza, o debería hacerlo por humanidad, vivir a salvo de la guerra, el hambre o la persecución política o religiosa.
Que la palabra se use igualmente para denominar a unos y a otro, a los agujeros negros fiscales y financieros y al continente que para mucha gente es sinónimo de libertad o simple supervivencia, indica la inmoralidad de un mundo que se llama el primero a sí mismo cuando es el tercero o el cuarto. Si la medida de nuestras vidas la dan nuestras ilusiones, las de esas personas que arriesgan la suya para buscar un futuro mejor para sus familias son infinitamente superiores a las de quienes, viviendo en el paraíso, lo buscan también para su dinero sin importarles lo que a los demás les pase.
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